Pese a todo, el deporte más popular en la Isla esmeralda es el rugby. El pasado sábado tocaba vivir el duelo más esperado y a la vez temido por un irlandés. Había que medirse a Inglaterra en la última jornada del Torneo Seis Naciones. Si los ingleses vencían se adjudicaban, además del torneo, el Gran Slam (que se logra al ganar los cinco partidos en disputa). Los irlandeses, cuyas 4 provincias juegan con la misma camiseta (pese a que Irlanda del Norte pertenece al Reino Unido) y bajo el Ireland's call (la canción que interpretan al inicio), consiguieron mitigar la machada inglesa empleando su fortaleza desde el inicio. Al descanso ya aplastaban a la pérfida Albión con un contundente 17-3 y, al final del partido, el marcador se apagó con un tanteo de 24-8. Un resultado que se celebró a la altura de un título. Huelga decir que los pubs de la ciudad de Cork estaban abarrotados. Se instalaron pantallas grandes, se reforzó la decoración con motivos irlandeses (banderitas, tréboles, abalorios que pululaban tras el reciente día de San Patricio), todo envuelto en una atmósfera iluminada por cañones de color verde. Tras el acontecimiento, tocaba volver a terreno conocido. La Liga, nombre que identifica a nuestro campeonato en el extranjero (como ocurre con la Premier o el Calcio), deparaba en primer lugar un Barcelona-Getafe y, a continuación, el gran derbi madrileño: Atlético de Madrid-Real Madrid. La victoria de los azulgrana por 2-1 se cerró sin demasiados alicientes, a excepción del golazo de Dani Alves. En realidad, un servidor tenía sus miras puestas en lo que estaba por venir.
Los encuentros, seguidos desde el pub Old Oak, declarado peña barcelonista en Cork con banderas y bufandas en sus paredes, fueron televisados por Sky Sports. Los comentarios corrían a cargo de Quinton Fortune, ex del Atlético, y Marcelino Elena, ex del Mallorca, ambos viejos conocidos en la liga inglesa. Me encanta el modelo de cobertura de los partidos por parte de esta cadena. La narración la lleva a cabo un periodista y sólo en ocasiones interviene algún comentarista desde plató. El narrador aporta descripciones muy contadas y precisas de la acción, incluye pausas (recuerdo una de 5 o 6 segundos), que en nuestro país son inimaginables, y además sabe darle la emoción requerida en los momentos álgidos. Al principio, en el descanso y al final el peso lo lleva un moderador desde el estudio con los dos ex futbolistas. Sencillo y eficaz, sin florituras.
Siempre tendí a pensar que un Atlético-Real Madrid, o Real Madrid-Atlético, era la mejor disputa en toda Europa respecto a equipos de la misma ciudad (sé que un Milán-Inter está en posesión de esa distinción para la mayoría). La rivalidad histórica y el número de títulos que ambos contendientes atesoran así lo respalda. Desde niño, he vivido estos partidos como los más importantes del año, y no porque una victoria suponga salvar la temporada para los rojiblancos. Eso sólo cabe en la cabeza de los que ni entienden ni conocen lo que ha sido este club, que siempre disputaba la liga hasta el final y cuando no era primero acababa segundo. El Barça aún no había explotado.
Por el contrario, estos duelos alcanzan la altura emocional de lo puede deparar un Irlanda-Inglaterra: ganarle al maximo rival, al enemigo primigenio con el que convives a diario y que te ha agraviado en tantas ocasiones. Ello supone una satisfacción irremplazable sólo comprensible para los más apasionados por este deporte y que comparten la ensoñación que lo rodea. En nuestra juventud, que el Atleti ganara al Madrid suponía un mayor alivio ante la vuelta a clase de los lunes, cuando la mayoría madridista se veía obligada a esconder sus vaciles hasta días venideros. La rivalidad con los años se mantiene, pero el transcurrir del tiempo y las nuevas circunstancias han obligado a los atléticos a escudarse en un completo escepticismo. Me he impuesto a mí mismo no esperar nada de estos partidos, no hacerme a la idea de que esta vez será distinto. ¿Por qué debería, si las diferencias entre ambos clubes no han hecho más que aumentar progresivamente? En el fútbol cualquiera te puede ganar y tú puedes ganar a cualquiera, pero la sensación de complejo e impotencia que transmite el Atlético desde el minuto 1 de un derbi no se disipa a cada nueva temporada.
Estos partidos siguen siempre esquemas similares. El Madrid se adelanta pronto, el Atleti falla durante el resto del tiempo todo lo fallable, y los blancos llegan en una y sentencian. Eso en el mejor de los casos, porque en otras ocasiones los merengues controlan el tempo del partido de cabo a rabo y el Atleti no huele el balón. Los colchoneros apenas han podido rascar algunos empates en los últimos 12 años, y curiosamente han sido más los puntos en el Bernabéu que en el Calderón. No negaré lo evidente: para un atlético, esta situación resulta frustrante. Ni siquiera en los más recientes tiempos de bonanza (el año del doblete) el regocijo fue completo, pues se perdieron los dos derbis directos. Recuerdo perfectamente la última vez que el Atleti ganó al Madrid en liga. Lo vi en mi casa de la sierra de Madrid. Otoño de 1999. Fue el partido del sábado por la noche. Resultado: 1-3. Después del tercer gol de Hasselbaink me abracé a mi padre y mi hermano. Al día siguiente, grabé el resultado en la arena de nuestro antiguo campo de fútbol (área que alberga actualmente varios chalets unifamiliares). Un 1 grande, un guión y un 3 grande. Quizá ese gesto representa lo que supone para un atlético ganarle al eterno rival. Un día grande, que queremos plasmar en la tierra del mismo modo en que permanece alojado en la memoria, y que tarde o temprano volveremos a vivir.
Me encanta Jaime. Muy bien ligado todo. Y la involución nuestra unida a su evolución tiene nombre y apellidos....FAMILIA GIL.
ResponderEliminarDe acuerdo sobre todo con la narración de los partidos en... Sky? ITV? Vamos, la que sea: en las islas son muy buenos, y aquí no hay quien lo aguante.
ResponderEliminarSobre el Atleti... ¿qué decir?