martes, 27 de marzo de 2012

El paréntesis de "Mad Men"


Para la lectura de este post, nos tendréis que conceder una licencia. No vamos a hablar de fútbol ni de cine como es menester, sino de una serie. Sí, esos programas distribuidos en capítulos y que se emiten en un aparato llamado televisión, como decían en Pulp fiction. Ese concepto audiovisual llamado serie que siempre me pareció un género menor, asociado a una duración interminable, sinónimo de desinterés, rutina y pérdida de tiempo. En definitiva, series que hace tiempo me negaba a ver.

Pero el panorama ha cambiado sustancialmente de unos años para acá. Se ha producido un salto de calidad en la televisión americana iniciado por el canal privado HBO con productos como A dos metros bajo tierra, Deadwood o Los Soprano. La respuesta del público ha sido muy favorable, hasta el punto de que otras cadenas han seguido su modelo y compiten por una oferta de calidad ante los canales convencionales.

En contra de lo tradicional, muchos profesionales denostados del mundo del cine buscan ahora refugio en la series, y otros que triunfan en la gran pantalla se han reconducido en su apuesta por explorar el formato televisivo en incursiones más o menos prolongadas: Alan Ball (A dos metros bajo tierra y True blood), Scorsese (Boardwalk empire), Tom Hanks y Spielberg (Band of brothers y The pacific), Frank Darabont (The walking dead), Michael Mann, Dustin Hoffman y Nick Nolte (Luck, aunque ésta ha sido retirada recientemente).

Más que nunca, se presta una especial dedicación a aspectos narrativos y de construcción de guión, al mismo tiempo que se trabaja en cuestiones graves, con sentido dramático y originalidad. De este modo, el acabado final de las mejores series (atendiendo al libreto, interpretaciones y puesta en escena) no desmerece ni mucho menos de cualquier película producida hoy en día. Carlos Boyero suele repetir: "El mejor cine de la actualidad se hace en las series norteamericanas". Por casos como el de Mad men, que es el que nos ocupa, empiezo a estar muy de acuerdo.

Su creador es Matthew Weiner, guionista de Los Soprano que tuvo que buscar financiación y acogida para su propio proyecto en otra cadena ante la negativa del estudio para el que trabajaba, HBO. Fue la AMC quien, con buen ojo, aceptó hacerse cargo de esta historia sobre unos creativos publicitarios (autodenominados Mad men), trabajadores de una agencia en el Nueva York de mediados del siglo XX.

El show se construye a partir de un asunto fascinante y perfectamente coherente: la diferencia entre imagen y realidad. Pues, ¿qué es sino la publicidad? Los creativos de Sterling Cooper diseñan campañas para sus clientes con el objetivo de aumentar las ventas del producto de turno o de respaldar a alguna personalidad política. Venden una imagen al exterior asociada a una idea, un valor añadido, que reporte beneficios a sus clientes y, al mismo tiempo, les otorgue distinción y notoriedad.

En el fondo, hablamos de las apariencias. El leitmotiv de Mad men, plenamente inspirado y plasmado, es equiparar la idiosincrasia del universo publicitario con la vida de los encargados de crear esas campañas. La existencia de los personajes, como la de los conceptos que manejan, son de cartón piedra. Debajo de su estilosa fachada hay un gran vacío. Su vida y las relaciones que establecen entre ellos son pura oquedad, no responden más que a impulsos en base a ambiciones particulares.

El día a día en la agencia es una sinécdoque sobre la naturaleza del individuo que nunca pasa de moda.

La serie está ambientada en los años 60, un tiempo en el que la publicidad destilaba auténtico glamour. Otro atractivo es asistir a hechos históricos que marcaron la sociedad estadounidense a los que los protagonistas no pueden ser ajenos: elecciones presidenciales, guerras, magnicidios, conflictos de repercusión mediática... Todo ello añade agitación a una época de confusión y altibajos regida por el profundamente superficial sueño americano. Entonces, lo políticamente correcto estaba aún más acentuado que ahora.

Pero, como todos sabemos, el ser humano es complejo e inconformista. Y nadie más que el protagonista de Mad men, Don Draper, personaje lleno de aristas, tremendamente ambivalente, que bajo su coraza de infalible creativo publicitario, carácter duro e impecable imagen esconde otro yo lleno de dudas e inseguridades. Un reverso desconocido para los que le rodean cuyo afán es sentirse libre, sin compromisos que atender ni responder ante nadie. Esta personalidad siempre acaba saliendo a la luz y ni siquiera el propio Draper puede controlarla.



Sin duda es lo que termina de convertir a Mad men en una gran serie: su enormemente logrado protagonista que, debido a sus vaivenes emocionales y pese a su despotismo e inflexibilidad, nos inspira compasión. El deseo de acompañarle en sus andanzas y la expectación ante el devenir de su futuro provocan un enganche irremediable.

Desde luego, Don Draper es un caramelo para cualquier intérprete. Nadie puede imaginarse ahora a otro actor dándole vida que no sea Jon Hamm, quien por otro lado apenas se prodiga en la pequeña o gran pantalla. Aparte de encajar perfectamente con el look del personaje, la magnitud de su trabajo a nivel emocional es tremenda. La hondura que aporta Hamm para retratar el conflicto de sentimientos de Draper, desde su clase y autoconfianza hasta los momentos más bajos, supone un curso de enorme humanidad que cala en el espectador.

Simplemente diré que me parece una de las mejores interpretaciones que he visto en el cine o en la televisión de cualquier época.

El resto de personajes que pueblan el reparto de la serie resulta igual de interesante y trabajado. En cuanto a las mujeres, tenemos a Betty, la mujer de Don y madre de sus dos hijos, que pese a su vida objetivamente perfecta, no termina de alcanzar la felicidad y sospecha que su marido le es infiel. Está Peggy, secretaria de Don que parece dotada de un gran talento para la publicidad; y Joan, cuyo relevante cargo y belleza prototípica no le suponen ninguna ventaja para encontrar su sitio en la vida ni a nivel sentimental, como también ocurre con las dos anteriores.



Todas ellas se sienten minusvaloradas en un entorno ciertamente machista donde los hombres llevan siempre la voz cantante mientras manejan la botella o el cigarrillo oportunos. Uno de ellos es Roger Sterling, cofundador de la agencia y responsable de la cuenta de Lucky Strike, la más veterana y que más réditos les reporta. Otro personaje importante es Pete Campbell, de carácter arribista, recién casado y muy dotado para las relaciones públicas.

La progresión desde la primera a la cuarta temporada ha sido magnífica. Poco a poco hemos ido conociendo mejor a todos los participantes en esta batalla por la gloria profesional y la estabilidad emocional que, como suele ocurrir, acaba reduciéndose a una lucha por la supervivencia. La serie ha mantenido su loable nivel con el paso de los años, creando nuevos ángulos argumentales que mantienen el interés y amplian poco a poco el espectro.

Quizá a Mad men le falte más mala leche, pues podría ir un paso por delante y hacer de su mundo un lugar más descarnado. A veces da la sensación de que no se quiere echar pimienta en demasía cuando la tragedia es susceptible de alcanzar una categoría superior. Asimismo, algunos flashbacks no son muy eficaces, sobre todo los referidos a la infancia de Draper, y acaban lastrando en parte el conjunto. Aunque con el paso de las temporadas estos se han ido dosificando.

De todos modos, las virtudes del show están muy por encima de cualquier pega que podamos hacerle. Destaca en especial la colosal labor del equipo de guionistas, siempre sutil, de plena atención a los detalles, en la que imprimen un tempo narrativo que acrecienta las insinuaciones y el poder de sugerencia. Además, su ambientación, vestuario y peluquería retro son tan inspirados que cuesta hacerse a la idea, al ver a los actores concediendo entrevistas actualmente, de que son coetáneos nuestros.

El estreno del doble episodio con el que se ha inaugurado la quinta temporada en Estados Unidos ha logrado el récord de audiciencia para la serie con 3,5 millones de espectadores, un 21% más que el primer episodio de la temporada anterior, según cuenta lainformacion.com. Sin embargo, el show no es ni mucho menos de los más seguidos en la televisión americana. The walking dead, también de la AMC, reunió a 9 millones en el capítulo final de la segunda season.

La serie ha pasado por un parón de 17 interminables meses. No se cumplieron las fechas previstas de rodaje debido a desavenencias entre Weiner, los dueños de AMC y los de Lionsgate, el estudio de grabación. Esto ha repercutido en recortes presupuestarios y de elenco, además de renegociaciones contractuales. No sin tensiones y con la pertinente demora que ha mantenido a mucha gente enervada, la nueva hornada de capítulos ha podido realizarse y empezar a emitirse.

Habrá que ver en qué medida estos tiras y afloja económicos afectan a la serie que, según ha comentado su padre artístico, finalizará a la conclusión de la séptima campaña.

Cuando me siento a ver un capítulo de Mad men no tengo la sensación de estar ante una serie de televisión, sino frente a una película alargada. Sus señas de identidad son cine en estado puro, y son, efectivamente, las del mejor cine.

The Artist. Éxito calculado


Sé que hablar de "The Artist" a estas alturas resulta raro. Se estrenó a mediados de diciembre y ganó el Oscar hace casi un mes. Y efectivamente, esta reflexión debió llegar antes, por lo que pido perdón a nuestros lectores. Esto no es una crítica como tal de la película, sino una pequeña reflexión sobre cuán arriesgada y transgresora es "The Artist".

Desde que el año pasado se proyectara por primera vez en Cannes con un éxito rotundo, con críticos admirados como Carlos Boyero que se deshacían en elogios hacia el filme, la expectación ha sido máxima. ¿Una película muda y en blanco y negro en pleno siglo XXI? Lo del blanco y negro, es cierto, se usa de vez en cuando, pero no es habitual. Pero ya lo de rodar sin diálogos parece algo completamente superado. Una película francesa se atrevía a romper con lo "establecido" y desafiaba al público con algo a lo que no están en absoluto acostumbrados a ver en una pantalla de cine. En España este tipo de películas se emiten en canales especializados o de servicio público como La 2, que ya veremos si sobrevive a los famosos recortes. ¿Hace falta decir que ninguna cadena comercial se atrevería a emitir una película así en horario de máxima audiencia? Se habla mucho de Charles Chaplin o Buster Keaton, pero reconozcamos que salvo los cinéfilos de pro, la gente los conoce más de oídas que por haber disfrutado de sus películas.


Así que, como decía, un director llamado Michel Hazanavicius decide ir a contracorriente y hacer exactamente lo que el público no pide, o ni siquiera recuerda. Valiente, demente, irresponsable. Supongo que muchas de estas cosas le dirían algunos productores, que seguro se negaron a financiar algo que no estaba tan claro que pudiera llenar las salas. Esos productores se equivocaban. No porque la película de Hazanavicius fuera gran cosa, que no lo es, sino porque este señor no era un temarario o un loco. Sabía muy bien que su película sería un éxito, precisamente porque recuperaba algo que ya no se hacía.

No digo con esto que el realizador francés supiera que iba incluso a arrasar en los Oscar. Pero me atrevo a asegurar, que en su inteligente cabeza flotaba la idea de que la crítica la alabaría y el boca a oreja haría el resto. ¿Es "The Artist" una mala película? En absoluto. Está bien contada, tiene una buena puesta en escena, los actores están especialmente inspirados, donde destacan los dos protagonistas Jean Dujardin y Bénérice Bejo y es entretenida. Pero en absoluto es una obra maestra. Para empezar, es una historia mil veces vista sobre un hombre que lo tiene todo, que por circunstancias se queda sin nada, y que vuelve a tener éxito después de algunas penurias. Todo ello, con la siempre manida relación amorosa donde el chico y la chica acaban juntos. Filme buenrollista, de esos de los que la gente sale encantada, con un final dulce y almibarado. Pero no es la historia en sí la que triunfa. Si esto se hubiera contado de la manera actual, en color y con sonido, nadie hablaría de ella. Triunfa porque es muda y en blanco y negro.


Los Weinstein supieron verlo. Precisamente como es algo que ya no se hace, es justamente por lo que se hablará de ella. No se equivocaron. Sabían que esa historia repetida hasta la saciedad y en absoluto original encandilaría a las masas. Por otro lado, ¿es una película muda y en blanco y negro lo que el público demanda, se habrán aficionado a esta clase de películas? Para nada. La gente va por las nominaciones, por los posteriores premios, por lo que ha visto, leído u oído. Van al cine porque es en blanco y negro y muda, pero porque es moderna. Si esta historia estiviera rodada hace 80 años y se la pasaran por La 2, pulsarían otro botón de su mando a distancia y verían el reality o el talent show de turno. "The Artist" no ha hecho nada por el cine clásico, lo ha explotado y ha aprovechado el momento. Una impostura, donde importa más el "cómo" que el "qué" nos cuentan. Sé que ahora la mayoría de filmes son lo de siempre y destacan por sus efectos especiales y por su "envoltorio". Pero "The Artist" es una chocolatina a la que le quitas el papel y resulta que no hay nada, que no hay nada que llevarse a la boca, porque es por el envoltorio por lo que te la has comprado, no por el sabor de su chocolate. Esta "maravillosa" y "conmovedora" cinta no ha hecho nada que en más de un siglo el cine no haya hecho. Pero vende algo antiguo como algo nuevo y te forrarás.

Pasa en la actual sociedad, Triunfa lo que se hizo hace años por una cuestión de moda, de pose. Es cool tener unas All Star, molan mucho las míticas Ray Ban de piloto a lo "Top Gun". ¿Por qué? Porque unos listos llegaron y dijeron que esto tenía que volver porque "es lo que se lleva ahora". Y Hazanavicius que es muy listo, aprovechó esa nostalgia que flotaba en el aire para llenarse los bolsillos. La diferencia es que la gente no llegará a su casa y buscará como loca a Chaplin o a Keaton, sólo esperarán a que "The Artist" salga por la tele. Y las cadenas sólo querrán emitir una película así si se llama "The Artist". ¿Amor por el cine? Más bien amor por lo moderno con envoltorio de antiguo. Que no nos engañen.

Dani Medina

martes, 20 de marzo de 2012

"Frases de fútbol", de Miguel Gutiérrez

"Frases de fútbol" es el primer libro publicado por el periodista Miguel Gutiérrez. Esta obra se apropia de un buen número de citas con el balompié como núcleo central para llevar a cabo el que, parece ser, verdadero propósito del autor: la narración de historias futbolísticas sobre personajes conocidos y eventos concretos que marcaron un antes y un después en este deporte.

La mayoría de las citas enunciadas por Gutiérrez resultarán familiares para los aficionados, pues muchas de ellas han trascendido las sucesivas décadas competitivas. La novedad es presentar el contexto en el que fueron emitidas, aprovechando para contar la trayectoria de sus creadores y ciertas anécdotas que ilustran su personalidad.

Estamos ante un relato de puro entretenimiento, una crónica nostálgica que destila sarcasmo y que, sin duda, resultará ameno para todos los interesados en este mundo. Sin embargo, la naturaleza del proyecto, la narración de hechos consumados por encima de cualquier atisbo de creación propia, deja poco espacio a la sorpresa. Por tanto, serán los poco iniciados en historias pretéritas sobre fútbol quienes le sacarán más jugo al volumen.

Estas "Frases de fútbol" se perfilan como un documento recopilatorio de reflexiones profundas y salidas de tiesto encuadradas en una serie de semblanzas de personajes importantes para este deporte como Diego Armando Maradona, George Best, Menotti y Bilardo (en su duelo de egos y filosofías) o Bill Shankly, la mítica figura que convirtió al Liverpool en uno de los clubes más laureados del continente europeo.

Los mejores momentos del libro están dedicados a los técnicos, una sección glosada por la figura del entrenador-estrella. Nombres como Helenio Herrera, José Mourinho o Brian Clough (que logró la gesta jamás igualada de ascender a un equipo, el Nottingham Forest, haciédolo ganador de la liga el primer año y más tarde de dos Copas de Europa). Todas estas personalidades controvertidas sin las que, nos damos cuenta, la salsa del fútbol perdería mucho condimento. Y quizá libros como éste nunca serían escritos.

Personalmente, se echa de menos algún capítulo dedicado a Luis Aragonés, un hombre ambivalente y que hizo historia en el fútbol español, por encima de alusiones a John Benjamin Toshack o Javier Clemente, cuyo pensamiento resulta tan cuadriculado como su idea del fútbol y, por tanto, de escasa aportación.

Aun así, los saltos temporales y de latitudes que se suceden a lo largo de sus páginas consiguen abarcar lo más destacado del recorrido futbolístico universal, destacando especialmente el apartado dedicado a la Copa del Mundo, glosado por anécdotas muy interesantes respecto a los primeros campeonatos de esta competición, cuyo punto de partida se sitúa en Uruguay (1930).

Por otro lado, da miedo leer una tras otra las citas de Jesús Gil. Por costumbre, solemos quedarnos con la cara positiva de ciertos personajes famosos difuntos hasta que alguien nos refresca la memoria sobre los fundamentos que contribuyeron a crear una personalidad abyecta. Esto puede suceder con el ex presidente del Atlético de Madrid, cuya larga y nociva sombra parece aún posarse sobre la ribera del Manzanares.

Gutiérrez es también el creador del gran blog "La libreta de Van Gaal". Aunque últimamente poco actualizado, este espacio posee un carácter imprescindible como seña analítica del estado de la prensa deportiva actual, donde los intereses comerciales de los medios de turno priman sobre la independencia, y la opinión y el oportunismo sobre la reflexión. Su análisis concienzudo y documentado crea en el lector un alto desencanto acerca de la cobertura actual que rodea al deporte rey.

Con prólogo de Vicente del Bosque y concluyendo con una antología que reúne citas de diversa naturaleza con la idiosincrasia futbolística como eje, "Frases de fútbol" queda como un buen libro iniciático y de consulta donde no faltan el "miedo escénico", el "se juega mejor con diez que con once jugadores" o aquello de una cuestión "no de vida o muerte, sino mucho más importante".

martes, 13 de marzo de 2012

A propósito del "Cholismo"

Mi escepticismo era total cuando se anunció la llegada al banquillo atlético de Diego Pablo Simeone. El clan formado por Miguel Ángel Gil y Enrique Cerezo, probablemente con mucho pesar para sus bolsillos, decidió cesar a Gregorio Manzano después de un vulgar bagaje liguero y la eliminación en la Copa del Rey a manos de un 2ªB, el Albacete. La sensación de deriva colectiva de este club, un año más, era absoluta, pero siempre cabe la posibilidad de ir de mal en peor.

Contagiados por ese desaliento que apenas insufla aire a las velas rojiblancas desde hace interminables campañas, la apuesta por el argentino como maestro y comandante del vestuario sonó a medida populista y evidente. Cualquier aficionado avispado podía imaginar que el “Cholo” iba a acabar, más pronto que tarde, en el Calderón pese a una trayectoria previa como entrenador (a caballo entre Italia y Argentina) corta y discreta.

Pasado un tiempo valorativo, el trabajo de Simeone está dejando una grata impresión, algo que, a buen seguro, habrá sorprendido a los responsables de aquella decisión y a esa parte de los seguidores rojiblancos no adscritos al “callismo” que ya no pasan una a sus dirigentes. Aquellos que creen que un Atlético de Madrid libre de malos gestores es posible y asocian la recuperación de la grandeza de antaño a un cataclismo paralelo en los despachos.

Y es que el desencanto viene de largo. Pese a la obtención en 2010 de la Europa League, la Supercopa de Europa y el subcampeonato de Copa, el triste noveno puesto de la clasificación de Liga aquel año se acercaba más a la realidad colchonera de los últimos lustros, caracterizada por la mediocridad y la falta de un proyecto madre. No era de recibo festejar demasiado un éxito con sabor a precariedad amasado en competiciones de eliminación directa frente a los vaivenes en el torneo de la regularidad, el que de verdad te mide y te dice con quién andas y quién eres.

El año comenzó con la marcha de Agüero, Forlán y De Gea. La pira. Se contrató a Manzano (que dejó al equipo séptimo en la temporada 2003-04) mirando de reojo la oportunidad de negocio con su representante, Manuel García Quilón. Gasolina. Hasta que la situación reventó con la eliminación en el torneo del K.O. y la derrota liguera en casa ante el Betis. La mecha. Más tiempo, inversión y expectativas reducidos a cenizas.

En estas que llegó Simeone. El buen recuerdo dejado en la memoria de la afición era un primer paso para allanar su retorno, aunque nada práctico, en principio. Con las medias puestas, el “Cholo” es recordado como un futbolista de corte destructivo que daba equilibrio al conjunto y aportaba espíritu de lucha. Un jugador que, sobre todo, se hizo indispensable en el vestuario por una cuestión: el liderazgo, tan necesario en todo grupo.

Cuando los ánimos estaban más bajos que nunca, el “Cholo” ha sido capaz de recuperar la mentalidad de los jugadores, las ganas de combatir y la entrega común. Esto que parece poco y algo a presuponer en cualquier escuadra representa todo un mundo en el caso atlético. El entrenador quiere ante todo compromiso, por lo que no le faltó tiempo para mostrarle al taciturno Reyes la puerta de salida del club.

Otro logro indiscutible del argentino ha sido dotar de consistencia defensiva a la zaga. Así lo demuestran los seis partidos consecutivos en Liga sin recibir un gol: Málaga, Villarreal, Real Sociedad, Osasuna, Valencia y Racing. En la Europa League se ha hecho un trabajo impecable con tres victorias seguidas (alcanzado la excelencia futbolística con aquel 1-3 en Roma frente a la Lazio) y, de momento, sólo ha encajado una derrota: ante el Barcelona.

Simeone ha repetido varias veces en rueda de prensa que prefiere jugar mal y ganar. La realidad es que el equipo no sólo no juega mal, sino que lleva el peso de los partidos, trenza jugadas, elabora y presiona como pocas veces se le ha visto en los últimos tiempos. Aunque el perfil en los banquillos del “Cholo” corra el riesgo de asociarse a su idiosincrasia como jugador, éste ha entendido que todo entrenador debe amoldarse a los futbolistas de los que dispone. El porteño pone a los mejores y deja hacer, una decisión no tan sencilla de tomar como parece y que se antoja a la altura del club al que representa.

El sistema del equipo parece consistente con puestos inalterables: Godín y Miranda son la pareja de centrales; Gabi maneja en el mediocentro; Diego es la pieza clave como enganche-cerebro en la mediapunta y Adrián y Falcao resuelven arriba. Es un plan. Tanto Quique Sánchez Flores como Manzano fueron incapaces en su momento de decantarse por una alineación tipo. Sus cambios en el once fueron innumerables.

Otro acierto loable ha sido la apuesta por Juanfran en el lateral derecho en detrimento del portugués Silvio. Hasta ahora, el ex de Osasuna ha respondido de maravilla tanto en defensa como en ataque. Su extraordinaria carrera en el minuto 90 del pasado domingo para dejar en bandeja el segundo gol a Falcao ante el Granada es sólo un ejemplo del gran rendimiento ofrecido en una demarcación nueva para él.

El balance de la trayectoria del técnico deberá hacerse a final de temporada. Entonces sacaremos conclusiones. Pero ante todo lo que se le exige al Atlético de Madrid es construir por fin un proyecto sólido y continuo con una cabeza visible al frente, una mentalidad, unos jugadores. Y, mientras tanto, que los inevitables dirigentes asomen la jeta lo menos posible.

Todo ello contribuirá a que los atléticos recuperen la añorada ilusión en pequeñas dosis.

viernes, 9 de marzo de 2012

De "diablos rojos" a monjas de la caridad

Anoche en Old Trafford se vivió algo muy especial. Era una de esas noches futboleras en las que sabes que algo grande puede suceder, y así fue. Habían pasado más de 50 años desde que Manchester United y Athletic de Bilbao se habían enfrentado en competiciones europeas. Ya era hora de volver a vivir aquello.

Mientras el ManU se ha convertido en un equipo todopoderoso, con uno de los grandes presupuestos mundiales más elevados; con superestrellas que valen y cobran una fortuna; con un entrenador como Alex Ferguson que lleva casi treinta años en ese banquillo y han ganado todo lo ganable, el Athletic ha tenido que reinventarse año a año. Limitado por su filosofía histórica, los leones han tenido que pescar en País Vasco y alrededores, y sobre todo, mimar y cuidar su cantera, para confeccionar una plantilla competitiva año a año. Junto con Madrid y Barça es el único equipo que no ha bajado a Segunda División, lo que da cuenta del mérito de los rojiblancos, pues su presupuesto es nulo en comparación con éstos.



La llegada de Josu Urrutia supuso un cambio traumático en el club. Y es que Urrutia apostó por el argentino Marcelo Bielsa para entrenar al equipo, en sustitución de Joaquín Caparrós. Es decir, una filosofía completamente distinta. El juego directo, físico y de contragolpe que ha marcado la historia del Athletic, se veía "amenazado" por un entrenador al que le gusta el trato del balón, la posesión, el juego de ataque y alegre. No es de extrañar que Guardiola quisiera ficharlo para el Barcelona, cuando iba como director deportivo en la candidatura de Lluis Bassat.

Como todo comienzo, Bielsa lo pasó mal en los primeros partidos de la temporada. Los jugadores aún no se habían hecho a su filosofía, y en San Mamés se echaba de menos al práctico Joaquín Caparrós. Pero l0s resultados llegaron y el Athletic, sin hacer tampoco una campaña espectacular en cuanto a resultados, sí destacaba por su juego. Actualmente es quinto a un punto de Europa, pero es que la Liga del cuarto al antepenúltimo se mueve en una hoequilla de 11 puntos en la que dos victorias te acercan a Europa y dos derrotas te hunden en la tabla.

Con estas mimbres, y tras llegar a la final de Copa del Rey en la que se enfrenatará al Barça el 25 de mayo en el Vicente Calderón (decidirlo ha sido peor que un parto), llegaban los octavos de final de la Europa League, la antigua UEFA, cada vez más atractiva y emocionante. Si además, equipos tan poderosos como los dos de Manchester caían en Champions y tenían que jugar en la "hermana pequeña", el atractivo de la competición subía muchos enteros.


En Old Trafford había 8.000 aficionados rojiblancos, que no dudaron en acompañar a su equipo. Y los jugadores no les defraudaron. Desde el primer minuto los de Bielsa dejaron bien claro al segundo de la Premier, que no habían venido a ver Old Trafford de excursión, habían venido a ganar y a competir. El Manchester salió al campo como dormido, o esperando un rival más cómodo. Con el escudo no se gana. No obstante, fue Rooney quien hizo el primer gol del partido, tras un rechace de Gorka a un disparo del Chicharito Hernández.

Pero el Athletic, lejos de venirse abajo ante semejante rival y en ese estadio, siguió a lo suyo: a mantener el balón, a tocar, a triangular. El Manchester United se limitaba a correr tras el balón. El empate llegó al filo del descanso cuando Susaeta colgó un balón desde la banda derecha para que Llorente lo rematara de cabeza. Imparable para De Gea, que evito un escándalo para los suyos.

La segunda parte fue un recital de los vascos, que humillaron y dieron una lección de fútbol a los "diablos rojos". Hubo momentos en que parecía un rondo de entrenamiento de la cantidad de veces que tocaban el balón, y no un partido de la máxima exigencia. Si encima tus seguidores gritan tanto que parece que juegas en tu casa, es imposible no venirse arriba. El segundo gol del Athletic, fue una jugada de combinación perfecta donde hasta cuatro juagadores tocan el balón al borde del área, culminado con un pase magistral de Muniain (llamado a ser una estrella en esto del fútbol), que De Marcos remata, todo hay que decirlo, ligeramente adelantado. El gol no era justo, pero el resultado sí.



El ManU, completamente superado, vio como su Teatro de los Sueños se convertía en el Teatro de las Pesadillas. En el 89, esta vez Muniain, que merecía el gol, llegó a un rechace e hizo el tercero, entre otras cosas, porque la defensa de los ingleses se confió, o porque estaba exhausta. 1-3, y la eliminatoria estaba inmejorable. Pero los grandes, si por algo destacan, es porque su pegada y sus estrellas les permitan crear peligro aún cuando parecen moribundos. El United se encontró con un penalti ya en el tiempo añadido. San José toca el balón con la mano y el árbitro señaló la pena máxima, que Rooney no falló. 2-3.


A pesar de que la eliminatoria está más abierta de lo que merecía, el Athletic puede irse orgulloso a casa. Porque la lección de fútbol que Bielsa le dio ayer a un cariacontecido Ferguson se recordará para siempre, pase lo que pase en la vuelta. Jugando así, los rojiblancos no deberían preocuparse. Por cierto, si Guardiola no renueva, el Barça debería mirar a Bilbao para sustituirle, aunque eso es otra historia. La historia la hizo ayer el Athletic, donde convirtió a unos diablos rojos en monjas de la caridad.  

Dani Medina

miércoles, 7 de marzo de 2012

Lo que los Oscar se llevaron y lo que dejaron


Pasan los años y pasan los Oscar. Los datos resultantes de la ceremonia número 84 engrosan ya los archivos referentes a estos premios tras el simbólico colofón a un año de cine 2011 pródigo, uno más, en altibajos: proyectos interesantes frente a otros vacíos, promesas y consolidaciones, desengaños y decepciones, reflexión y entretenimiento.

La gala del pasado 26 de febrero, última albergada por el Kodak Theatre a la espera de nueva sede a decidir en los próximos meses, resultó de una corrección casi ofensiva y deparó pocos momentos para el recuerdo. Los Oscar llevan varios años siendo una gala-trámite. Han perdido su esencia, ya no representan un espectáculo en sí mismos.

Como pudimos comprobar una vez más, el presentador tiene menos peso como conductor del evento; no se realizan performances, los actores que introducen los nominados van más directos al grano (arranques supuestamente espontáneos como el de Emma Stone antes del premio a efectos especiales se agradecen) y los vídeos-homenaje al cine que aportaban un punto de nostalgia a través de alardes de montaje cada vez resultan más repetitivos y lastran el conjunto.

Recuerdo cuando, hace años, uno se sentaba a ver la ceremonia sin saber por dónde le iban a salir, y al menos dos o tres grandes momentos se quedaban en el recuerdo. Las galas se hacían cortas. Eran una pura celebración del cine a la altura de los premios que se repartían. Ahora esto no se cuida ni parece tener importancia. Lo dicho, todo es trámite.

En 2008 con Hugh Jackman al frente se remontó un poco el vuelo, sacando mucho partido de la puesta en escena y con destacadas coreografías (al modo de un musical de Broadway). Un concepto que gustaría más o menos, pero que aportaba algo, una idea. Por desgracia, la tónica general durante la última década ha sido tremendamente gris.

Billy Crystal volvió a ser el maestro de ceremonias, su novena ocasión. Este actor ha sido, sin duda, el mejor encargado de llevar la batuta del show de todos los que yo he visto. Pero su fórmula parece ya agotada. Los habituales gags (colarse en las películas, cantar sobre las nominadas, adivinar los pensamientos de los asistentes...) suenan ya un poco fuera de lugar por falta de inspiración propia y de los guionistas de la gala.

La presencia de Crystal se celebró por los buenos recuerdos que nos ha dejado en tantas ocasiones más que por lo que puede aportar en la actualidad. Siendo razonables, parece que le ha llegado el momento de colgar los guantes. El tema es que, a simple vista, no suenan sustitutos de calidad disponibles. Al final se acabará designando a alguien entre prisas e improvisación a falta de garantías sólidas.


No hubo grandes sorpresas en el reparto de premios. El triunfo con 5 galardones para The artist y su máximo responsable, Michel Hazanavicius, supone un reconocimiento previsible pero agradable para buena parte del público al que esta película ha sorprendido gratamente.

Personalmente, no me molesta su victoria. Quizá no estemos ante un filme magistral, pero sí ante un proyecto valiente y un buen homenaje al cine. Es positivo que de vez en cuando se vuelva a la esencia del séptimo arte, y si el hecho de que la gente haya ido al cine a ver un filme mudo en blanco y negro ha contribuido a despertar su curiosidad por acercarse a los clásicos del género, habrá sido una excelente noticia. Aunque, me temo, tiene más pinta de tratarse de una moda pasajera.

Lo paradójico es que esta película haya sido premiada a diferencia de la mayoría de modelos en los que se inspira. Cantando bajo la lluvia no recibió ni un solo Oscar. El original de Ha nacido una estrella y sus distintas versiones pasaron sin pena ni gloria. Douglas Fairbanks, Chaplin o Keaton (que sirvieron de modelo al oscarizado Dujardin) jamás alzaron un premio de interpretación. Y sólo ha habido una película muda en la historia de estas galardones que venciera en la categoría principal. Fue Alas, de William A. Wellman, triunfadora en la primera edición.

No nos engañemos. Existe una realidad: los Oscar no pueden inventar nada. Se limitan a premiar lo más destacado de cada año, así que no son más que el reflejo y consecuencia de lo que las pantallas nos ofrecen a lo largo de 365 días.

Pero, en base a este argumento, sí que sería deseable alguna nota rompedora, algún riesgo en la configuración de las nominaciones. Pienso ahora mismo en una película como Shame, de Steve McQueen, actualmente en las salas españolas. ¿Por qué no ha sido reconocida? ¿Acaso por tratar asuntos incómodos: la soledad, la frustración, la incomunicación, la desangelada existencia del ciudadano medio en el siglo XXI? ¿Por centrarse en la vida de un adicto al sexo?

No puedo creer que una interpretación como la de su protagonista, Michael Fassbender, no sea elogiada y reivindicada por cualquier espectador del filme. ¿Qué más tiene que hacer alguien para ganarse el reconocimiento de un premio? La honestidad, entrega y gama de emociones que despliega el actor para hacer más próximo y humano a su personaje enfermo están más allá del elogio.

En la gala correspondiente a 2005, cuatro de las nominadas a mejor película eran Crash, Brokeback Mountain, Capote y Buenas noches, y buena suerte. La quinta era Munich que, a pesar de contar con un director 100% Hollywood y un gran estudio detrás, trataba un asunto espinoso y no de los de habitual consumo rápido. Temas como el crimen, el racismo, la homosexualidad, el abuso político y el terrorismo tuvieron una simbólica cabida en el escaparate más glamouroso del celuloide.

Aquella selección de títulos fue un ejemplo de otro tipo de cine con derecho a figurar no sólo por su calidad (que variará según los casos) sino, principalmente, por su riesgo. Pero tengo la sensación de que la mayoría de votantes no podrían consentir que ciertas películas figuraran negro sobre blanco como las grandes triunfadoras de todo un año de cine. Hay mucho de prefabricado y prejuicioso detrás de los Oscar.

Sobre el reparto de premios al que asistimos, y como excepción a lo previsto, sí que llamó la atención el triunfo de Millennium en la categoría de mejor montaje (segundo Oscar consecutivo para Kirk Baxter y Angus Wall, colaboradores de David Fincher) y, aunque en menor medida, el Oscar para Meryl Streep.


Éste fue el acontecimiento más aclamado de la noche, la celebración de la tercera estatuilla para esta actriz inconmensurable después de una espera casi obscena de 30 años. La dimensión del hecho en cuestión se basa en que, aparte de ser ya la intérprete más nominada de la historia (17 candidaturas), Streep ha igualado a Ingrid Bergman y está a sólo un premio de la intocable Katharine Hepburn.

La proeza, que tanto se había hecho esperar, vino acompañada de un emocionante discurso de la actriz, prueba palpable de una humildad nada impostada. Dedicó unas palabras a colaboradores que la habían acompañado en su travesía cinematográfica. Proclamó su cariño hacia los asistentes (compañeros de reparto en tantas ocasiones). Se mostró comprensiva ante la posibilidad de no volver a alzar un Oscar en lo que dure su carrera… Su mérito personal y la dimensión de su hazaña quedaron así en un segundo plano. En definitiva, humildad: el rasgo que convierte a los grandes en más grandes.

Pocas noticias más nos depararon los galardones. Importante reconocimiento a la calidad técnica de La invención de Hugo (cinco de ellos), pese a que uno (fotografía) sonó a robo hacia El árbol de la vida; Christopher Plummer, el actor más veterano en ganar hasta hoy; Nader y Simin, primer filme iraní que triunfa como película extranjera; y sin suerte para Chico y Rita y Alberto Iglesias. Todo esto precedido de la habitual frivolidad en la alfombra roja.

Esto son los Oscar. Para bien o para mal, ahí estaremos el año que viene para contarlo de nuevo.