lunes, 26 de diciembre de 2011

Misión: Imposible - Protocolo Fantasma


Está de moda mofarse de Tom Cruise. Es un hecho. Recuerdo que cuando he ido al cine estos últimos meses y ponían el trailer de la peli que nos ocupa se escuchaba un murmullo y risitas de fondo. Cual José Mourinho encolerizado, me preguntaba "¿Por qué?". Y es que tenía muy claro que éste era el film de acción del año.

Está claro que en estos últimos años el caché de Cruise ha bajado. Desde la tercera de MI hasta la cuarta, "Noche y Día", "Leones por Corderos" y "Valkiria" no han cosechado el éxito esperado. "Tropic Thunder" sí fue un éxito en USA, pero por aquí pocos se acuerdan de ella. El caso es que, sus salidas de tono, sus amenazas de merendar placenta, su fe, o vaya usted a saber, han hecho que el público sienta cierta antipatía por un actor que siempre era un seguro en taquilla y que ha trabajado con los mejores directores.

Con "MI - Protocolo Fantasma", Cruise vuelve al lugar que le corresponde. Al de las pelis comerciales de calidad, a (esperemos) arrasar en la taquilla y a callar muchas bocas. Un film de acción como los de antes. Es decir, que no te da respiro desde el segundo uno, te lo pasas de puta madre durante más de dos horas, pero no te tratan como a un estúpido. Sin cambiar de plano cada décima de segundo, sin que estés tan aturdido de la cantidad de cosas que pasan en pantalla que te vuelvas loco. Ése es el gran acierto de ese genio que es Brad Bird, que pone la cámara en el lugar preciso, pero sin alardes. Puede que algunos digan que es un película más "impersonal". Puede que sea cierto. Y es que no la escribe él. Pero se nota que, pese a ser un encargo, se ha tomado esta cuarta entrega de MI con respeto y ha sabido potenciar las virtudes de la saga. La espectacularidad de sus imágenes y la fuerza de sus secuencias son obra del director, que se lo ha pasado como Dios rodando la película.

La gran diferencia con respecto a la tercera parte de JJ Abrams, que ya era un peliculón como la copa de un pino, es que esta cuarta parte se toma menos en serio a sí misma. No sé si es bueno o malo, pero es así. Aquí hay más humor, explotan mucho más la parte cómica gracias a Simon Pegg; y es una cinta mucho más desenfrenada. Abrams le dio humanidad y un trasfondo a Ethan Hunt, y su nueva realidad como espía que además, estaba casado y enamorado. Muestra una parte del Hunt "casero" que no habíamos visto en las anteriores, en la que siempre estaba manos a la obra. En "Protocolo Fantasma" volvemos a esa vía de agente en una misión que no puede parar ni un puñetero segundo.

 
Y el punto en que la tercera gana a la cuarta es sin duda el villano. Philip Seymour Hoffman se sale haciendo de malo, acojona desde que aparece en ese prólogo-flashforward amenzando con matar a la mujer de Hunt si éste no le dice en diez segundos la ubicación de la "pata de conejo", mcguffin en torno al que gira el filme. En "MI-PF" el malo ni tiene esa personalidad ni ese protagonismo. En cierto modo, porque el malo es en sí msmo el mcguffin. Sabemos que quiere desencadenar una guerra mundial enfrentando a Rusia y Estados Unidos, y hasta casi el final apenas le hemos visto la cara. Nuestros protagonistas siempre van por detrás persiguiéndole. El villano (su rastro) es lo que hace que la acción se mueva de un sitio a otro y permita las secuencias espectaculares marca de la casa.

Y por supuesto, si hay una secuencia es la de Dubai. No sólo la escena de Cruise colgado con unos guantes en el edificio más alto del mundo, sino todo lo que va después. El director consigue transmitir el vértigo de un tío a 700 metros de altura, y la tensión de que no se caiga y todo salga bien. Y después, la escena del doble intercambio (sin máscaras, de la que se ha abusado tanto en esta saga, sobre todo John Woo, que en la cuarta se las pasan por el forro, y no las echamos de menos); que te agarra los cojones y no te los suelta hasta que acaba. Pero tampoco quiero olvidarme de la escena del Kremlin, cargada de sentido del humor, o la de la India. Como se aprecia, el exotismo de las localizaciones ha primado a la hora de hacer el guión.

En cuanto a los actores, seremos sinceros. Porque este tipo de películas no requieren una interpretación del copón, pero los actores cumplen perrfectamente con lo que tienen que hacer. Cruise, como siempre, es el protagonista absoluto y sobre el que recae el peso de la acción. Que este tío a sus casi 50 años (que ya se le notan), siga haciendo las escenas de riesgo es algo de agradecer, y supongo que algún día se lo valorarán es un justa medida. Jeremy Renner demuestra que la acción le va muy bien, y siempre cumple le pongas donde le pongas. Simon Pegg como ya dije es el contrapunto cachondo que sirve para rebajar el nivel de tensión. Y Paula Patton, al margen de ése vestido verde que uno es incapaz de quitarse de la cabeza, es un buen acompañamiento femenino (que no comparsa ni mujer florero).



En definitiva, una peli que no decepciona. Que da lo que promete y más. Que ha cogido lo mejor de sus predecesoras, lo ha metido en una coctelera y ha salido bien. Donde no priman los efectos digitales aunque los tenga. Pura diversión con un buen guión donde todo tiene sentido y está bien metido. Una dirección de lujo sin aspavientos y con la cámara donde tiene que estar. Una película que no se puede dejar pasar en el cine, porque su espectacularidad reclama la pantalla grande. La peli de 2011 para un servidor. Y ya se habla de la quinta. A este nivel, las que quieran.

Dani Medina

jueves, 15 de diciembre de 2011

1.001 películas que hay que ver después de morir (XLVIII): Golden Bat

Película: Golden Bat
Director: Heon-myeong Han
Año:1979
País: Corea del Sur
Actores: No hay, son dibujos grotescos y horripilantes
Género: Dibujos animados malrolleros
Argumento: Golden Bat, el Batman coreano teñido de amarillo, es un despiadado superhéroe que no para de reirse y que está obsesionado con los culos y con desnudar a sus enemigos. Sin embargo, apenas sale cinco o diez minutos, y en su lugar tendremos que soportar a cuatro niños deformes que deambulan por un bosque, imitan animales y hacen temblar sus culos misteriosamente.

Por qué hay que verla después de morir: ¿Quién dijo que en los dibujos animados no había errores de racord o de continuidad, por ejemplo? Saltos de eje, perspectivas imposibles, personajes que crecen y decrecen de tamaño y mil errores más en toda una declaración de amor al despropósito y la insensatez. "Golden Bat" es uno de los filmes de dibujos animados más chungos del planeta, llegado directamente desde Corea del Sur y que copia sin escrúpulos a Batman de la DC, para narrarnos una historia sin pies ni cabeza, cuyos personajes fatal dibujados se agitan y tiemblan constantemente, lo que da rienda suelta a nuestros pensamientos más sucios.

Alicientes:
-Personajes que tiemblan, se retuercen, deforman y contorsionan hasta lo imposible, a causa de las aberrantes técnicas de animación, patentadas por Michael J. Fox.
-Todo tiembla en este filme de corte freudiano, donde Golden Bat y sus amigos parece que directamente se trajinan todo aquello que les ponen delante, ya sean árboles, sofás o niños.
-Mutilaciones de extremidades
-Saltos de eje que harían retorcerse de placer a Wong Kar Wai
-Obsesión con los culos. Todos los personajes aprovechan la más mínima oportunidad para poner el culo en pompa y empezar a temblar.
-Ascensores capaces de albergar ejércitos enteros
-Monstruos travestis
-Un niño moribundo que vive solo en una habitación con una cama.
-Mafiosos capaces de saltar montañas enteras cuando se cabrean.
-Golden Bat vuela, lanza rayos, gira su cuello cual Reagan poseída, se carcajea a mandíbula batiente, parte espadas y, sobre todo, patea muchos culos.
-Un perro con guantes de boxeo. Atentos, de esta idea podría salir una nueva entrega da AirBud.
-Un presentador de informativos de rictus catatónico.
-Los personajes de Doraemon reinventados para el mercado surcoreano.

Algunos momentos para el recuerdo:
-Cuando el niño gordo se apoya en un árbol y, por culpa del constante temblequeo, parece que está frotándose la minga en el tronco.
-La batalla final entre Golden Bat y Black Star
-La secuencia de imitación de los animales, donde uno de los niños trata de animar a su amigo enfermo copiando el sonido de un pájaro o de un león.

Algunas frases para el recuerdo:
-"¡Despeñadle por el barranco!"
-"Jajaja tranquila mujer, son cosas de niños" le dice un marido a su esposa, para tranquilizarla porque su hijo está rompiendo las ventanas del vecindario.
-"¡Sed justos y valerosos!"

Nivel de descojonación (de 1 a 5): * * * * *


sábado, 3 de diciembre de 2011

Russell Crowe: El león dormido

A principios del año 98 me puse de acuerdo con uno de mis primos mayores para hacer una visita al cine. No solíamos hacer planes juntos, y aquella era una buena manera de romper el hielo. Sería la primera y la última vez, hasta ahora, en que acudiéramos juntos a una sala. Pero la experiencia iba a ser inolvidable.

Mientras él apostaba por la última película de Oliver Stone, Giro al infierno, yo le sugerí probar con un policiaco del que había leído buenas críticas. Y me hizo caso. Se titulaba L.A. Confidential.

Salí de aquel extinto cine sito en la calle Goya de Madrid alucinado con lo que acababa de ver. Estábamos ante un filme que elevaba al añorado cine negro a una de sus indiscutibles cumbres, en mi opinión varios escalones por encima de algunos célebres noirs sobrevalorados que revisados hoy día han perdido claramente la partida del paso del tiempo.

Me sentí abrumado por la complejidad argumental de la película que, por otro lado, quedaba expuesta en pantalla con una admirable claridad narrativa. Aplaudí los giros bien medidos de la trama, el excelente trabajo de puesta en escena, su ejemplar ritmo nunca decadente. El paso de los años y las sucesivas revisiones me han hecho reafirmarme en todas aquellas impresiones y L.A. Confidential es hoy una de mis cintas de cabecera y mi favorita de todas las que se produjeron en los E.E.U.U. durante los 90 de largo.

No puedes amar esta película sin que te maraville su magistral reparto. En la mayoría de mis secuencias preferidas interviene el mismo actor, Russell Crowe. Aquel día, aún era un desconocido para el gran público y el núcleo duro del establishment hollywoodiense. Yo sólo le recordaba por su papel secundario en aquel western burdo de Sam Raimi concebido a la mayor honra (o deshonra) de Sharon Stone.

No me quedó otra que augurar a aquel tipo duro un brillante futuro en la meca del cine.


(El director Curtis Hanson explica cómo contactó con Crowe y la prueba de cámara que le realizó).

El personaje de Bud White es un policía violento, con más juicio e inteligencia de la aparente, que vive ajeno a la corrupción que inunda a sus compañeros y que está tocado por un serio trauma familiar del pasado. Una base muy atractiva para cualquier actor, y este intérprete neozelandés, australiano de adopción, le supo imprimir una gran veracidad mostrando las múltiples aristas de White: honestidad debajo de su violenta fachada, fragilidad encubierta, capacidad de resolución en los momentos claves. Una credibilidad, en definitiva, digna de elogio.

Crowe empezó de niño trabajando en series y películas australianas poco reseñables. Ahora había conseguido captar la atención de personas importantes dentro del negocio americano, y una de ellas era Michael Mann. El realizador, consciente de su potencial interpretativo, le puso en un brete: dar vida a Jeffrey Wigand, un científico despedido de su trabajo en una tabacalera que desató un escándalo de salud pública en un programa de televisión. Para medirle Mann le colocó frente a frente, ni más ni menos, que con Al Pacino.



Si hubiera que definir en una palabra su trabajo en contraste con su filme anterior esa sería camaleónico. De alguien todo fuerza y decisión pasó a interpretar a un hombre dubitativo y paranoico que vive una situación límite. Envejeciendo casi 20 años y engordando otros tantos kilos al estilo de los más afamados actores del Método, Crowe resolvió una empresa plena de dificultidad con profundidad, contención y un despliegue de matices al alcance de muy pocos dando pie a la mejor performance de su carrera. De nuevo toda su versatilidad al servicio del mejor cine.

Con aquel proyecto, Russell Crowe no sólo ratificó su valor interpretativo, sino que dejó entrever una apuesta decidida, en apariencia, por los proyectos de calidad, aquellos que necesariamente implican riesgo y exigencia. Estaba dando los pasos adecuados, y todos entendimos que aceptara el papel del gladiador Máximo Décimo Meridio, con el que explotó ante la audiencia de todo el mundo.



Tras lograr su estatuilla al mejor actor (un reconocimiento quizá exagerado y que sonó a compensación tras ser ignorado por la Academia con anterioridad) parecía que, como se dice en L.A. Confidential, sólo el cielo era el límite para él en Hollywood. Su siguiente apuesta volvió a ser afrontar un personaje real, esta vez a las órdenes del niño mimado Ron Howard en un filme con tufo a premios y prestigio en sus entrañas: Una mente maravillosa.



No dudo que las intenciones de Crowe fueran buenas al contar en este proyecto la interesante historia del matemático John Nash, aquejado de esquizofrenia y finalmente ganador del Nobel. Una vez visto el resultado, el experimento parece un puro vehículo para su lucimiento en el que el actor se deja llevar por los tics dando pie a un papel más evidente y próximo al histrionismo. Quizá demasiado influido por el sensiblero y pretencioso desarrollo de la trama, su trabajo final está en las antípodas de lo logrado hasta ese momento en sus andanzas americanas.

Desde entonces, ha intentando recurrir a todo tipo de personajes para ahondar en su versatilidad con resultados dispares: de capitán de barco en Master and Commander a boxeador de nuevo con Howard en Cinderella man (donde volvió por la senda de sus trabajos más profundos); de niño mimado de Ridley Scott (con las irregulares Un buen año, American gangster, Red de mentiras y Robin Hood) a los que son, en mi opinión, sus dos proyectos más interesantes de los últimos años: El tren de las 3:10 y La sombra del poder. Ambos nos hacen creer que todavía le queda criterio para apostar por filmes sólidos que van más allá de lo comercial.

Algunos actores suelen empobrecer su carrera o tirarla por la borda a raíz de su carácter. Crowe ha pasado de no tener nada que perder y de querer comerse el mundo en sus inicios a tener una posición (bien ganada, por otro lado) y no querer jugársela. No sé hasta que punto influyen sus circunstancias personales, pero el australiano ha pasado de arrojar teléfonos móviles a la cabeza de las recepcionistas de hotel a casarse con su pareja de toda la vida, tener dos hijos y comprarse un rancho en tierras aussies.

Quizá haber llevado una vida de subidas y bajadas le haya hecho relajarse en lo personal hasta tal punto que eso se deja ver en lo profesional. No puedo entender si no su decisión de no ir más allá de los personajes de una pieza, con trasfondo bienpensante o de épica de saldo, como en ese Robin Hood absolutamente desangelado, frío, mecánico, hecho sin ninguna pasión y que no despierta ningún tipo de emoción durante casi dos horas y media. En ella asumió además tareas de producción.


Thirty odd foot of grunts era el nombre de la banda de rock liderada por Russell Crowe hasta el año 2005. Una de las canciones que el actor escribió como frontman y compositor se titulaba I want to be like Marlon Brando. Algunos periodistas le han preguntado por el significado de la misma en varias ocasiones durante su carrera, y él siempre ha negado que tuviera algo que ver con sus aspiraciones en el mundo de la interpretación.

El carisma y la presencia de Crowe para hacer de líder de grupos humanos han resultado contraproducentes a la larga. El actor dio la impresión en su día de estar hecho para interpretar a cualquier tipo de personaje, y en base a ello alcanzó la excelencia en L.A. Confidential y El dilema. Antes de despuntar en Hollywood, ya había hecho en su país de niño prodigio, de jugador de rugby gay, de fugitivo o de neonazi. Incluso tuvo un papel en The Rocky Horror Picture Show en una adaptación teatral.

Aquel día en el cine Tívoli me pareció ver a un actor brutal, no sé si un Brando en
potencia, pero sí a alguien tocado por un algo distinto. Sus registros y matices no han muerto, sólo están adormecidos. Espero que los grandes directores vuelvan a fijarse en él y explote de nuevo. ¿Para cuándo un Eastwood, o un Scorsese, o un número uno en definitiva más allá del pretencioso y venido a menos Ridley Scott o del calvorota dulzón de Ron Howard?

Me quedo con ese recuerdo de 1998 a la espera de que él, o quizá algún ávido sucesor, lance el próximo zarpazo.