Mi escepticismo era total cuando se anunció la llegada al banquillo atlético de Diego Pablo Simeone. El clan formado por Miguel Ángel Gil y Enrique Cerezo, probablemente con mucho pesar para sus bolsillos, decidió cesar a Gregorio Manzano después de un vulgar bagaje liguero y la eliminación en la Copa del Rey a manos de un 2ªB, el Albacete. La sensación de deriva colectiva de este club, un año más, era absoluta, pero siempre cabe la posibilidad de ir de mal en peor.
Contagiados por ese desaliento que apenas insufla aire a las velas rojiblancas desde hace interminables campañas, la apuesta por el argentino como maestro y comandante del vestuario sonó a medida populista y evidente. Cualquier aficionado avispado podía imaginar que el “Cholo” iba a acabar, más pronto que tarde, en el Calderón pese a una trayectoria previa como entrenador (a caballo entre Italia y Argentina) corta y discreta.
Pasado un tiempo valorativo, el trabajo de Simeone está dejando una grata impresión, algo que, a buen seguro, habrá sorprendido a los responsables de aquella decisión y a esa parte de los seguidores rojiblancos no adscritos al “callismo” que ya no pasan una a sus dirigentes. Aquellos que creen que un Atlético de Madrid libre de malos gestores es posible y asocian la recuperación de la grandeza de antaño a un cataclismo paralelo en los despachos.
Y es que el desencanto viene de largo. Pese a la obtención en 2010 de la Europa League, la Supercopa de Europa y el subcampeonato de Copa, el triste noveno puesto de la clasificación de Liga aquel año se acercaba más a la realidad colchonera de los últimos lustros, caracterizada por la mediocridad y la falta de un proyecto madre. No era de recibo festejar demasiado un éxito con sabor a precariedad amasado en competiciones de eliminación directa frente a los vaivenes en el torneo de la regularidad, el que de verdad te mide y te dice con quién andas y quién eres.
El año comenzó con la marcha de Agüero, Forlán y De Gea. La pira. Se contrató a Manzano (que dejó al equipo séptimo en la temporada 2003-04) mirando de reojo la oportunidad de negocio con su representante, Manuel García Quilón. Gasolina. Hasta que la situación reventó con la eliminación en el torneo del K.O. y la derrota liguera en casa ante el Betis. La mecha. Más tiempo, inversión y expectativas reducidos a cenizas.
En estas que llegó Simeone. El buen recuerdo dejado en la memoria de la afición era un primer paso para allanar su retorno, aunque nada práctico, en principio. Con las medias puestas, el “Cholo” es recordado como un futbolista de corte destructivo que daba equilibrio al conjunto y aportaba espíritu de lucha. Un jugador que, sobre todo, se hizo indispensable en el vestuario por una cuestión: el liderazgo, tan necesario en todo grupo.
Cuando los ánimos estaban más bajos que nunca, el “Cholo” ha sido capaz de recuperar la mentalidad de los jugadores, las ganas de combatir y la entrega común. Esto que parece poco y algo a presuponer en cualquier escuadra representa todo un mundo en el caso atlético. El entrenador quiere ante todo compromiso, por lo que no le faltó tiempo para mostrarle al taciturno Reyes la puerta de salida del club.
Otro logro indiscutible del argentino ha sido dotar de consistencia defensiva a la zaga. Así lo demuestran los seis partidos consecutivos en Liga sin recibir un gol: Málaga, Villarreal, Real Sociedad, Osasuna, Valencia y Racing. En la Europa League se ha hecho un trabajo impecable con tres victorias seguidas (alcanzado la excelencia futbolística con aquel 1-3 en Roma frente a la Lazio) y, de momento, sólo ha encajado una derrota: ante el Barcelona.
Simeone ha repetido varias veces en rueda de prensa que prefiere jugar mal y ganar. La realidad es que el equipo no sólo no juega mal, sino que lleva el peso de los partidos, trenza jugadas, elabora y presiona como pocas veces se le ha visto en los últimos tiempos. Aunque el perfil en los banquillos del “Cholo” corra el riesgo de asociarse a su idiosincrasia como jugador, éste ha entendido que todo entrenador debe amoldarse a los futbolistas de los que dispone. El porteño pone a los mejores y deja hacer, una decisión no tan sencilla de tomar como parece y que se antoja a la altura del club al que representa.
El sistema del equipo parece consistente con puestos inalterables: Godín y Miranda son la pareja de centrales; Gabi maneja en el mediocentro; Diego es la pieza clave como enganche-cerebro en la mediapunta y Adrián y Falcao resuelven arriba. Es un plan. Tanto Quique Sánchez Flores como Manzano fueron incapaces en su momento de decantarse por una alineación tipo. Sus cambios en el once fueron innumerables.
Otro acierto loable ha sido la apuesta por Juanfran en el lateral derecho en detrimento del portugués Silvio. Hasta ahora, el ex de Osasuna ha respondido de maravilla tanto en defensa como en ataque. Su extraordinaria carrera en el minuto 90 del pasado domingo para dejar en bandeja el segundo gol a Falcao ante el Granada es sólo un ejemplo del gran rendimiento ofrecido en una demarcación nueva para él.
El balance de la trayectoria del técnico deberá hacerse a final de temporada. Entonces sacaremos conclusiones. Pero ante todo lo que se le exige al Atlético de Madrid es construir por fin un proyecto sólido y continuo con una cabeza visible al frente, una mentalidad, unos jugadores. Y, mientras tanto, que los inevitables dirigentes asomen la jeta lo menos posible.
Todo ello contribuirá a que los atléticos recuperen la añorada ilusión en pequeñas dosis.
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