martes, 27 de marzo de 2012

El paréntesis de "Mad Men"


Para la lectura de este post, nos tendréis que conceder una licencia. No vamos a hablar de fútbol ni de cine como es menester, sino de una serie. Sí, esos programas distribuidos en capítulos y que se emiten en un aparato llamado televisión, como decían en Pulp fiction. Ese concepto audiovisual llamado serie que siempre me pareció un género menor, asociado a una duración interminable, sinónimo de desinterés, rutina y pérdida de tiempo. En definitiva, series que hace tiempo me negaba a ver.

Pero el panorama ha cambiado sustancialmente de unos años para acá. Se ha producido un salto de calidad en la televisión americana iniciado por el canal privado HBO con productos como A dos metros bajo tierra, Deadwood o Los Soprano. La respuesta del público ha sido muy favorable, hasta el punto de que otras cadenas han seguido su modelo y compiten por una oferta de calidad ante los canales convencionales.

En contra de lo tradicional, muchos profesionales denostados del mundo del cine buscan ahora refugio en la series, y otros que triunfan en la gran pantalla se han reconducido en su apuesta por explorar el formato televisivo en incursiones más o menos prolongadas: Alan Ball (A dos metros bajo tierra y True blood), Scorsese (Boardwalk empire), Tom Hanks y Spielberg (Band of brothers y The pacific), Frank Darabont (The walking dead), Michael Mann, Dustin Hoffman y Nick Nolte (Luck, aunque ésta ha sido retirada recientemente).

Más que nunca, se presta una especial dedicación a aspectos narrativos y de construcción de guión, al mismo tiempo que se trabaja en cuestiones graves, con sentido dramático y originalidad. De este modo, el acabado final de las mejores series (atendiendo al libreto, interpretaciones y puesta en escena) no desmerece ni mucho menos de cualquier película producida hoy en día. Carlos Boyero suele repetir: "El mejor cine de la actualidad se hace en las series norteamericanas". Por casos como el de Mad men, que es el que nos ocupa, empiezo a estar muy de acuerdo.

Su creador es Matthew Weiner, guionista de Los Soprano que tuvo que buscar financiación y acogida para su propio proyecto en otra cadena ante la negativa del estudio para el que trabajaba, HBO. Fue la AMC quien, con buen ojo, aceptó hacerse cargo de esta historia sobre unos creativos publicitarios (autodenominados Mad men), trabajadores de una agencia en el Nueva York de mediados del siglo XX.

El show se construye a partir de un asunto fascinante y perfectamente coherente: la diferencia entre imagen y realidad. Pues, ¿qué es sino la publicidad? Los creativos de Sterling Cooper diseñan campañas para sus clientes con el objetivo de aumentar las ventas del producto de turno o de respaldar a alguna personalidad política. Venden una imagen al exterior asociada a una idea, un valor añadido, que reporte beneficios a sus clientes y, al mismo tiempo, les otorgue distinción y notoriedad.

En el fondo, hablamos de las apariencias. El leitmotiv de Mad men, plenamente inspirado y plasmado, es equiparar la idiosincrasia del universo publicitario con la vida de los encargados de crear esas campañas. La existencia de los personajes, como la de los conceptos que manejan, son de cartón piedra. Debajo de su estilosa fachada hay un gran vacío. Su vida y las relaciones que establecen entre ellos son pura oquedad, no responden más que a impulsos en base a ambiciones particulares.

El día a día en la agencia es una sinécdoque sobre la naturaleza del individuo que nunca pasa de moda.

La serie está ambientada en los años 60, un tiempo en el que la publicidad destilaba auténtico glamour. Otro atractivo es asistir a hechos históricos que marcaron la sociedad estadounidense a los que los protagonistas no pueden ser ajenos: elecciones presidenciales, guerras, magnicidios, conflictos de repercusión mediática... Todo ello añade agitación a una época de confusión y altibajos regida por el profundamente superficial sueño americano. Entonces, lo políticamente correcto estaba aún más acentuado que ahora.

Pero, como todos sabemos, el ser humano es complejo e inconformista. Y nadie más que el protagonista de Mad men, Don Draper, personaje lleno de aristas, tremendamente ambivalente, que bajo su coraza de infalible creativo publicitario, carácter duro e impecable imagen esconde otro yo lleno de dudas e inseguridades. Un reverso desconocido para los que le rodean cuyo afán es sentirse libre, sin compromisos que atender ni responder ante nadie. Esta personalidad siempre acaba saliendo a la luz y ni siquiera el propio Draper puede controlarla.



Sin duda es lo que termina de convertir a Mad men en una gran serie: su enormemente logrado protagonista que, debido a sus vaivenes emocionales y pese a su despotismo e inflexibilidad, nos inspira compasión. El deseo de acompañarle en sus andanzas y la expectación ante el devenir de su futuro provocan un enganche irremediable.

Desde luego, Don Draper es un caramelo para cualquier intérprete. Nadie puede imaginarse ahora a otro actor dándole vida que no sea Jon Hamm, quien por otro lado apenas se prodiga en la pequeña o gran pantalla. Aparte de encajar perfectamente con el look del personaje, la magnitud de su trabajo a nivel emocional es tremenda. La hondura que aporta Hamm para retratar el conflicto de sentimientos de Draper, desde su clase y autoconfianza hasta los momentos más bajos, supone un curso de enorme humanidad que cala en el espectador.

Simplemente diré que me parece una de las mejores interpretaciones que he visto en el cine o en la televisión de cualquier época.

El resto de personajes que pueblan el reparto de la serie resulta igual de interesante y trabajado. En cuanto a las mujeres, tenemos a Betty, la mujer de Don y madre de sus dos hijos, que pese a su vida objetivamente perfecta, no termina de alcanzar la felicidad y sospecha que su marido le es infiel. Está Peggy, secretaria de Don que parece dotada de un gran talento para la publicidad; y Joan, cuyo relevante cargo y belleza prototípica no le suponen ninguna ventaja para encontrar su sitio en la vida ni a nivel sentimental, como también ocurre con las dos anteriores.



Todas ellas se sienten minusvaloradas en un entorno ciertamente machista donde los hombres llevan siempre la voz cantante mientras manejan la botella o el cigarrillo oportunos. Uno de ellos es Roger Sterling, cofundador de la agencia y responsable de la cuenta de Lucky Strike, la más veterana y que más réditos les reporta. Otro personaje importante es Pete Campbell, de carácter arribista, recién casado y muy dotado para las relaciones públicas.

La progresión desde la primera a la cuarta temporada ha sido magnífica. Poco a poco hemos ido conociendo mejor a todos los participantes en esta batalla por la gloria profesional y la estabilidad emocional que, como suele ocurrir, acaba reduciéndose a una lucha por la supervivencia. La serie ha mantenido su loable nivel con el paso de los años, creando nuevos ángulos argumentales que mantienen el interés y amplian poco a poco el espectro.

Quizá a Mad men le falte más mala leche, pues podría ir un paso por delante y hacer de su mundo un lugar más descarnado. A veces da la sensación de que no se quiere echar pimienta en demasía cuando la tragedia es susceptible de alcanzar una categoría superior. Asimismo, algunos flashbacks no son muy eficaces, sobre todo los referidos a la infancia de Draper, y acaban lastrando en parte el conjunto. Aunque con el paso de las temporadas estos se han ido dosificando.

De todos modos, las virtudes del show están muy por encima de cualquier pega que podamos hacerle. Destaca en especial la colosal labor del equipo de guionistas, siempre sutil, de plena atención a los detalles, en la que imprimen un tempo narrativo que acrecienta las insinuaciones y el poder de sugerencia. Además, su ambientación, vestuario y peluquería retro son tan inspirados que cuesta hacerse a la idea, al ver a los actores concediendo entrevistas actualmente, de que son coetáneos nuestros.

El estreno del doble episodio con el que se ha inaugurado la quinta temporada en Estados Unidos ha logrado el récord de audiciencia para la serie con 3,5 millones de espectadores, un 21% más que el primer episodio de la temporada anterior, según cuenta lainformacion.com. Sin embargo, el show no es ni mucho menos de los más seguidos en la televisión americana. The walking dead, también de la AMC, reunió a 9 millones en el capítulo final de la segunda season.

La serie ha pasado por un parón de 17 interminables meses. No se cumplieron las fechas previstas de rodaje debido a desavenencias entre Weiner, los dueños de AMC y los de Lionsgate, el estudio de grabación. Esto ha repercutido en recortes presupuestarios y de elenco, además de renegociaciones contractuales. No sin tensiones y con la pertinente demora que ha mantenido a mucha gente enervada, la nueva hornada de capítulos ha podido realizarse y empezar a emitirse.

Habrá que ver en qué medida estos tiras y afloja económicos afectan a la serie que, según ha comentado su padre artístico, finalizará a la conclusión de la séptima campaña.

Cuando me siento a ver un capítulo de Mad men no tengo la sensación de estar ante una serie de televisión, sino frente a una película alargada. Sus señas de identidad son cine en estado puro, y son, efectivamente, las del mejor cine.

2 comentarios:

  1. Sin duda una de las mejores series y, como bien comentas, es cine en estado puro. No le falta más mala leche, al contrario, ésta está presente de forma sutil, soterrada en cada mirada, cada silencio... Lo cual la convierte en más contundente si cabe. Precisamente ese gusto por los detalles, el mimo y la sutileza con la que se cuida cada plano, son las que convierten a Mad Men en un serie de envergadura, alejada de un consumo al estilo "fastfood". Precisamente eso fue lo que retrasó su éxito, porque la serie no entra de primeras, poco a poco te va atrapando con su embrujo, sus personajes, sus historias, amen de unos guíones espectaculares, como comentas.

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  2. Efectivamente, se juega con el poder de sugerencia y en eso la serie es ejemplar. Pero sí que creo que los conflictos podrían ir más allá imprimiéndole un mayor dramatismo. No quiero poner ejemplos concretos para no destripar nada, pero un salto de lo soterrado a lo explícito, en pequeñas dosis y determinados lances, sería lo que a los espectadores nos haría dar un vuelco y nos trastocaría emocionalmente, porque sería algo novedoso. Y es tanta ya la identificación que tenemos con los personajes que cualquier vaivén dramático de enjundia nos calaría muy hondo. Estoy seguro. Creo que la sugerencia a veces acaba transformándose en conformismo y que eso maniata a la serie dramáticamente.

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