Fútbol y cine, conceptos sencillos de enunciar pero que esconden un entramado interno, complejo, de tal calibre que los hace estar vinculados irremisiblemente con el arte.
Las dos materias están asociadas al terreno artístico en la medida en que gozan de una estética particular y diferenciada, reconocible, pero también, y sobre todo, porque ambas apelan al terreno de las emociones. Y si algo nos llena y realiza como personas son las experiencias emocionales.
Las películas y los partidos suelen disfrutarse, en la mayoría de las ocasiones, en comunión con los demás, conocidos o desconocidos. Los comentarios de unos y otros permanecen en un segundo plano para quedar prendados del poder de una imagen.
Cuando algo tiene la capacidad de silenciar a la masa y remover los instintos interiores a nivel individual, estamos hablando de lo más elevado. Algo que sólo consigue el arte. Y pocas emociones son comparables a la alegría compartida tras un gol decisivo, o la conmoción y sugerencia que pueda provocar un plano fijo al final de un filme.
En estos tiempos, las escapatorias se antojan más oportunas que nunca. Pero no debe obviarse que balompié y fotogramas gozan, cuando son buenos, del poder para reunir un cúmulo de sensaciones que va más allá de la vía de escape.
Así trataremos de acreditarlo aquí. Bienvenidos.
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