miércoles, 3 de septiembre de 2014

Por qué apuesto por "Boyhood" para el Oscar


Estamos a primeros de septiembre. Aún es muy pronto para lanzarse a vaticinar lo que pasará en los Oscar. El Festival de Toronto (que siempre ofrece pistas importantes sobre la carrera de premios gracias a las primeras reseñas de películas importantes) acaba de arrancar; la crítica norteamericana no se pronunciará hasta diciembre, los Globos de Oro no anunciarán sus nominados hasta mediados del mismo mes... Pero como a veces nos gusta ejercer de futurólogos con los temas que nos apasionan y, como el cine es ante todo sensaciones, quisiera compartir las mías de cara al futuro reparto de estatuillas en este momento decididamente prematuro.

Si el cine es sensación, ningún trabajo ha calado de tal manera en los últimos años como Boyhood en la gran mayoría de los que ya lo han visto. No hablo sólo de críticos o espectadores, sino también de importantes figuras del panorama cultural norteamericano como el escritor Bret Easton Ellis (autor de American psycho o Los confidentes). Elijo su cita porque representa perfectamente hasta qué punto ha tocado la fibra el nuevo filme de Richard Linklater: "Boyhood es una visión épica de la vida norteamericana y la mejor película estadounidense que he visto en años. La película que hemos estado esperando".

El concepto "Historia del Cine" también ha sido recurrentemente utilizado en las loas dedicadas a la cinta. Estamos sin duda ante un proyecto importante, único, cuya premisa es seguir la vida de un chico desde su infancia a lo largo de doce años, en los que pasará por momentos muy diferentes. Un arco argumental de más de una década protagonizado por el mismo actor, Ellar Coltrane, al que Linklater comenzó a filmar en 2002 enfrentándolo con su proceso de crecimiento hasta alcanzar la mayoría de edad.

Boyhood ha tocado techo en Metacritic y Rotten Tomatoes. Algo parecido le pasó a Linklater el año pasado con Antes del anochecer, que cerraba su trilogía de la pareja Julie Delpy-Ethan Hawke y que también estaba marcada por el paso de tiempo y la evolución de las relaciones humanas. Pese a la adoración de la crítica, Antes del anochecer sólo fue distinguida en enero con una nominación al mejor guión adaptado, otra más para Linklater, que ya disputó este galardón con Antes del atardecer. Quizá el factor compensación a este realizador, cada vez más asentado y respetado en su país (y que este año en la Berlinale se llevó el Oso de Plata en su categoría) también ayuden a Boyhood en los Oscar. Parece que éste, más que nunca, es el momento para reconocerlo.

Los premios de la Academia de Hollywood son conservadores (sí, casi siempre). Otros trabajos de los que competirán en ellos parecen más factibles de ser premiados (sí, desde luego). Pero a veces es tal el fenómeno y la unanimidad que rodea a una película que los académicos no pueden mantenerse al margen. No quiero poner al filme que nos ocupa a la altura de Lo que el viento se llevó, Casablanca, Eva al desnudo, Lawrence de Arabia o El padrino sin haberla visto, pero sí comparo sus fenómenos: el del reconocimiento incontestable hacia un trabajo cinematográfico en su debido momento. Bien es cierto que ese aplauso masivo no llegó con otros proyectos en el pasado y que hoy son venerados.

La victoria de Boyhood sería una carrera de fondo, apoyada por la crítica especializada (Nueva York, Los Ángeles, la National Board of Review o la Asociación Nacional de Críticos podrían empujar a Boyhood y respaldar sus opciones) y no tanto quizá por los Globos de Oro (donde Foxcatcher, de Bennet Miller, tiene un perfil que encaja mejor como ganadora en la categoría de drama, tras su premio a la mejor dirección en Cannes y con un reparto con estrellas y actores solventes como Steve Carell, Channing Tatum y Mark Ruffalo que seguramente arranquen también premios de interpretación).

En años recientes, el reparto de Oscar ha estado muy ajustado. La tendencia de la Academia a bombardear con premios al filme ganador parece estar cambiando tras varias hornadas de trabajos de nivel muy acorde. Tanto Argo (2012) como 12 años de esclavitud (2013) se llevaron tres premios a casa. La primera incluso sin que su director fuese finalista. Esa cifra encaja con lo que podría ser un triunfo de Boyhood (en mejor película, realizador y guión original). Esta última estatuilla, más que factible, puede ser un arma de doble filo: que se le conceda a Linklater como premio de consolación o que sirva de puente para alcanzar los dos galardones principales. Probablemente, el filme no logre muchas más nominaciones, aunque en las categorías de interpretación se habla con seguridad de Patricia Arquette (actriz de reparto), que necesitará apoyos previos para sumarse al caballo ganador.

Estamos ante un trabajo que, por primera vez, trata de captar la vida en tiempo real (se dice que Kubrick preparaba un proyecto similar con Joseph Mazzello que jamás llegó a ver la luz). Linklater trata de equiparar como nunca el arte cinematográfico y la existencia humana. Filmes como Unbroken, Fury, Birdman, Perdida, Interstellar, Inherence vice y la propia Foxcatcher poseen a priori una entidad más que digna en un año de premios que se adivina parejo y de categoría. Pero a todas ellas les falta un plus. El plus de la trascendencia. Y ese sólo pertenece a Boyhood.

viernes, 11 de julio de 2014

"La gran belleza": lucidez en el vacío



La vida como una novela, como un viaje que estimula nuestra imaginación y nos impulsa más allá de la mundana cotidianidad. Con un homenaje a la literatura, y su poder utópico de cambiar las cosas, arranca y finaliza La gran belleza, que recaba una cita del Viaje al fin de la noche de Celine para dar paso a un relato donde realidad y ficción parecen confundirse a cada minuto. Un marco semionírico de personajes estrambóticos y pasajes cercanos al surrealismo que, sin embargo, está diseñado como vehículo de bombardeo constante de certezas universales acerca del ser humano. Un escaparate de contradicciones que pone de manifiesto su complejidad y deriva.

Si La gran belleza es una película única, de esas que aparecen cada lustro para quedarse almacenadas en el recuerdo, es precisamente por su carácter atemporal. Por atreverse, de una forma original y muy personal, a arrojar destellos sobre nuestra especie sin pudor, recordando sus vicios y evidenciando sus anhelos inalcanzables. El acierto de Paolo Sorrentino es doble al situar su historia en los tiempos actuales, donde el desencanto ha ido en aumento a raíz de la crisis económica y la precariedad laboral, lo que ha provocado un distanciamiento acusado en los estratos sociales y un decaimiento latente en el ciudadano medio.

El director despliega su poderoso y simbólico universo visual en torno a Jep Gambardella, un cínico profesional cuya única novela, El aparato humano, logró un éxito editorial que le ha permitido vivir de las rentas y de esporádicas colaboraciones en un periódico. En su periplo como entrevistador, el protagonista se encuentra a seres excéntricos de todo pelaje que no hacen si no reafirmarle en su condición de intelectual de vuelta de todo que se regodea en el vacío de la vida de los demás. Y que alardea del suyo propio.

El comportamiento de Gambardella parece derivarse del contexto en el que fue escrito su libro, surgido de un desamor de juventud que lo dejó marcado indefectiblemente. Su vida actual se articula en torno a las fiestas y los devaneos de la alta sociedad romana, entre cuyos caros caprichos y falsas apariencias parece sentirse cómodo. Sin embargo, en su fuero interno Gambardella desearía desaparecer en cualquier momento, o ser exorcizado. Vive atormentado por los recuerdos (el mar se le aparece en soledad) y se excusa en la falta de inspiración para no retomar la pluma.

Este sujeto de 65 años, todo un hito cinematográfico al que Toni Servillo aporta imagen y complejidad, es incapaz de encontrar la belleza. O, sencillamente, no quiere verla. Hablamos de un hombre cuyo balcón da al Coliseo, que tiene acceso a los museos más exclusivos, que da paseos interminables junto al Tíber o que vive a los pies de un convento de naranjos en flor. El semblante de la personalidad de Gambardella se enriquece a través del de los que lo rodean: desde la mirada infantil de la editora de su periódico (una mujer enana) pasando por la amenaza omnipresente de la muerte (personificada en Andrea, el hijo obsesionado de una de sus amigas) hasta la visión de la experiencia propiciada por la centenaria santa, capaz de dormir en el suelo o subir una escalera venciendo cualquier impedimento físico, y que acabará abriendo los ojos del escritor con una referencia a las raíces individuales.

Sorrentino describe la vida moderna como un solar de impostación carente de amor hacia las pequeñas cosas y los detalles que hacen que nuestro recorrido vital valga la pena. Y qué mejor manera de ejemplificar esta idea que en la figura de un escritor sin chispa creativa. Bajo este enfoque pesimista, pero que con el transcurrir del metraje va abriéndose a la esperanza, el director consigue que el espectador reflexione sobre su propia capacidad para cambiar y mejorar su entorno incluso en los tiempos de mayor descreimiento.

La belleza del título va en consonancia con la propia puesta en escena de la película, deslumbrante en luces y colores en el recorrido fascinante de los personajes por la capital italiana. No es Roma un escenario arbitrario, sino el fiel reflejo de una condición eterna en su conflicto vital, anquilosada en ruinas y bellas estatuas inmutables al paso del tiempo. No sería raro que el síndrome de Stendhal aflorara en varios momentos por el carácter alucinatorio implícito a lo que se nos muestra.

Desde el prólogo en la celebración de cumpleaños (que sólo puede calificarse de genial) hasta el paseo en barco por el río durante los títulos de créditos (ante el que cuesta alejar los ojos de la pantalla, extasiados por lo que vemos y aún asimilando lo que nos han hecho ver), Paolo Sorrentino, sirviéndose además de una música evocadora que remueve por dentro, ha dado de lleno en la diana del gran cine, ese que tiene como fin reflejar (sin llegar a abarcar, tarea imposible) la idiosincrasia de la persona. Pocas películas poseen tal fuerza como para crecer paulatinamente en la cabeza del espectador una vez finalizada la proyección y solicitar posteriores visionados. El sello de la excelencia.

martes, 17 de junio de 2014

"Incendies", vida y dolor


Se entiende que Incendies haya sido decisiva en el salto a Hollywood del canadiense Denis Villeneuve, que se ha cubierto de gloria recientemente con EnemyPrisioneros (incluida en mi top de lo mejor de 2013). Su progresión en Estados Unidos, a la vista de nuevos proyectos con Benicio del Toro y Amy Adams, parece imparable. Incendies, nominada al Oscar en 2010 a mejor filme extranjero (que perdió con la danesa, e inferior, En un mundo mejor, de Susanne Bier) posee suficiente impacto estilístico y emocional como para dejar huella. Sin embargo, yendo más allá de su dramática superficie y desolador poso, se pueden señalar algunas objeciones que lastran, en parte, su conjunto.

Incendies se intuye inicialmente como la crónica de dos vidas (las de dos hermanos gemelos) desapegadas y faltas de una presencia paterna activa. Pero pronto nos conduce por los vericuetos de la odisea de una madre semidesconocida para ambos y al viaje iniciático de estos, encajando las piezas de un pasado cada vez más sobrecogedor. Villeneuve acierta en la estructura narrativa, que en todo momento mantiene el interés con sus saltos temporales pese a rebasar las dos horas. La puesta en escena de un Líbano pasado y presente, pero bajo las mismas premisas y estigmas, resulta más que creíble, y deja momentos muy poderosos como la secuencia del asalto al autobús, ilustrada en el póster promocional de la cinta.

La investigación de los hermanos despertará revelaciones insoportables, pero a la vez liberadoras. La película funciona como un ajuste de cuentas, una mirada a las raíces individuales asociadas al trauma en un mundo fanatizado. Quizá el planteamiento más interesante que maneja el guionista y director Villeneuve es cómo la fuerza se impone a la ideología, incluso en los entornos más ofuscados, y la oscura naturaleza del ser humano llega al punto de revertir el orden natural de las cosas, superando la lógica y causando daños irreparables. Pero al mismo tiempo, y esto es lo fascinante, sin dejar de crear vida. Una dicotomía que habla de la mismísima contradicción de la persona: círculos viciosos, odio y amor, claroscuros y posibilidades de redención.

En el debe de Incendies se puede achacar que el excesivo dramatismo quede poco aligerado con mayores matices y atención a los personajes, lo que le habría hecho ganar en profundidad (sobre todo en el retrato de los hijos); la arbitrariedad de su juego de casualidades (coronadas con el encuentro en la piscina, totalmente forzado y criticable, ya que su importancia es decisiva al servir de desencadenante de toda la trama) y un regusto final mucho más plano y evidente del que parece pretender. El filme apuesta, decididamente, por lo humano antes que por el retrato pormenorizado de un Oriente Próximo convulso, y en ese sentido podría haber dado mucho más de sí.

A destacar el gusto de Villeneuve por incluir temas de Radiohead en sus trabajos, como ya hacía en el epílogo de Prisioneros. En Incendies, la aportación de la banda británica cobra toda su fuerza en el arranque gracias a la poderosísima You and whose army (del álbum Amnesiac), acompañada de la mirada a cámara de un crío desamparado, y que volverá a sonar con la llegada de la hija a la casa donde este chico vio la luz a un mundo conflictivo e irremediable.

jueves, 27 de febrero de 2014

¿Una noche cantada?


La carrera de premios de cine que hemos vivido en los últimos meses ha sido larga y, en apariencia, bastante reñida. No obstante, 12 años de esclavitud ha acabado casi siempre imponiéndose en la categoría de mejor filme cuando, durante el transcurso de cada ceremonia de entrega, parecía que algún otro título la desbancaría. Siempre con la sensación de encontrarse contra las cuerdas, el filme de Steve McQueen ha sabido imponer finalmente sus dosis de cine académico y factura impecable, con reconstrucción histórica, realismo y cariz biográfico que tan bien viste en cualquier palmarés. Y, sobre todo, convirtiéndose en el crudo y crítico exponente de un tema tan deleznable y nunca antes premiado en masa como es el de la esclavitud en Norteamérica.

No parece que la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood vaya a ser menos. Con el deseo de que los Oscar impongan su voz propia, dejen de seguir la corriente a otros gremios con una inercia que vienen acusando desde hace tiempo (las mismas candidaturas ya lo ejemplifican), y con ganas de vivir alguna sorpresa llamativa durante la madrugada del lunes, afrontamos el análisis de las categorías principales de este 2014 (que juzga el cine estrenado en 2013) a escasos días de la madre de todas las galas.

Disociación director-película

El año pasado presenciamos un nuevo caso de división entre el mejor filme y el mejor director, dado que el autor del título más reconocido de 2012, Ben Affleck por su Argo, no fue ni siquiera incluido entre los finalistas en el apartado de realización. Este año, las circunstancias parecen conducirnos hacia un escenario similar (aunque, eso sí, tanto McQueen como Alfonso Cuarón, el favorito aquí, están nominados). ¿El primer Oscar para un director negro o para un latino? Los méritos técnicos de Gravity, todo un hito en el campo cinematográfico, y el impulso del DGA (premio del gremio de directores) ayudan a Cuarón a encaminarse hacia la victoria.

No obstante, el trabajo de McQueen, siendo diferente, es también muy meritorio en su parcela, gracias a su excelente dirección de actores y al tono otorgado a la narración, de ritmo pausado y reflexivo, que insufla a la historia del esclavo Solomon Northup vida y dolor por la carga de violencia explícita o sugerida que contiene. Diría que el calado emocional que logra el autor de Shame frente al de Hijos de los hombres es superior (apoyado por la dureza de los hechos que retrata), ya que Gravity suma mayores réditos por su deslumbrante puesta en escena que por el poso que deja la odisea de sus protagonistas (comparsas de una experiencia sensorial de desarrollo argumental limitado y previsible), pese a que Sandra Bullock logra empatizar con el espectador en contados momentos.

Cuestión de gustos y sensibilidades. Como espectador, siento un mayor apego por las inquietudes artísticas de Steve McQueen (un director agudo, preocupado por los temas más acuciantes de nuestro presente y nada complaciente) que por la aventura galáctica de Alfonso Cuarón. Y creo que la Academia también es más proclive a premiar ese cine antes que una cinta catalogada a simple vista como de ciencia ficción (cuando propone un drama espacial, en realidad), un género que ha sido siempre dejado de lado por sus votantes.

Nombrando a 12 años de esclavitud como mejor película y a Cuarón como realizador más destacado quedaría flotando en el aire una sensación de empate técnico que contentaría a la mayoría (esta ajustada pugna viene arrastrada desde que el PGA, gremio de los productores, distinguió a los dos títulos exaqueo). Habrá suspense hasta el final, en mi opinión más en el apartado de dirección que en el de película. Martin Scorsese, Alexander Payne y David O. Russell parecen destinados a ser testigos de primera fila de un duelo que servirá, además, para saldar cuentas históricas (morales para algunos) en los Oscar.

Los actores

Desde que se anunciaron las nominaciones el 16 de enero, tuve la impresión de que la categoría de interpretación que estaría más reñida hasta el día de la entrega sería la de mejor actor. A día de hoy, lo sigo pensando. Quizá un poco contra la lógica que concluye que el máximo favorito a la estatuilla, por su condición de ganador previo, es Matthew McConaughey (pues se ha llevado Globo de Oro, Critics Choice y SAG y vive un momento único en su trayectoria). Esto coloca al actor texano en una posición muy ventajosa y con el Oscar tan de cara como Cate Blanchett y Jared Leto, absolutos dominadores y con el 99% de opciones para triunfar en las categorías de mejor actriz principal y mejor actor secundario, respectivamente.

Sin embargo, algo me dice que el favoritismo de McConaughey no es tan irreprochable como el de sus dos colegas. La tendencia de los últimos días sugiere que Leonardo DiCaprio ha recortado terreno (él también venció en los Globos de Oro, pero en el apartado de comedia/musical). Quizá éste sea por fin su año, de la mano de su director fetiche y en un papel que da mucho juego por sus aristas morales y carácter icónico (recordemos el triunfo de Michael Douglas por Wall Street en 1987). ¿Saldará la Academia de Hollywood su deuda con él para regocijo de sus numerosos fans españoles, algo cansinos, que le enarbolan como si fuera el único buen actor sobre la Tierra?

Quiero sumar otro nombre a la batalla final: Chiwetel Ejiofor. El protagonista de 12 años de esclavitud sólo ha sido reconocido con el Bafta cuando, desde mi punto de vista, su trabajo cuenta con las dosis suficientes de magnetismo y entrega para haberse hecho merecedor de más distinciones. La Academia británica señaló recientemente su interpretación como la mejor de 2013, y esto puede suponer un impulso de última hora para Ejiofor (aunque es cierto que la influencia de estos galardones en los Oscar no es excesiva). El hecho de que su película sea la previsible ganadora del máximo galardón puede ayudarle también, pues si Michael FassbenderLupita Nyong'o ceden en sus categorías, el Oscar al mejor actor sería un perfecto añadido al palmarés de la cinta del año (hemos visto ejemplos anteriores como Gladiator en 2000), que además cuenta con un trabajo irreprochable de todo el casting.

De estas sensaciones derivan las que mantengo en la pelea por el Oscar a mejor actriz de reparto, donde en mi opinión el triunfo de Lupita está en el alero (pese a ser la clara frontrunner). Jennifer Lawrence es, de los cuatro actores nominados por La gran estafa americana, la que tiene el galardón más de cara. Cuenta con la ayuda del Globo de Oro y el Bafta recibidos, y parece un premio destinado a salvar los muebles del filme de David O. Russell (cosa que, por otro lado, la actriz ya hizo el año pasado con El lado bueno de las cosas), pues corre un serio riesgo de irse de vacío. The fighter (2010) también reportó el Oscar a dos actores de O. Russell (Christian Bale y Melissa Leo como secundarios). Parece que la dirección de actores es el punto fuerte que la Academia sabe reconocer en la obra de este niño mimado (tres nominaciones en su categoría por tres trabajos consecutivos lo avalan).

¿Se volverá a dar el caso? Las quinielas se hicieron también para arriesgar y romper pronósticos, y este año éstas son mis aportaciones.

Volviendo al futuro mejor actor, si por premios de la crítica fuese habría que colocar a Bruce Dern como principal aspirante (con el amparo de la National Board of Review y la Asociación de Críticos de Los Ángeles). Y quizá tenga alguna opción lejana. Allá por octubre pensaba que éste podía ser el año elegido para reconocer a un veterano (remitiendo a la victoria de Jeff Bridges en 2009). Lo cierto es que la categoría, con los cinco nominados ahora conocidos, es muy poderosa (como viene siendo los últimos años) y sólo la inclusión de Robert Redford en sustitución de Christian Bale hubiera completado un quinteto de intérpretes con algún premio acumulado con anterioridad (el protagonista de Cuando todo está perdido fue distinguido en Nueva York), lo que habría dado pie a una terna de elegidos realmente espectacular.

El resto a concurso

El otro premio que La gran estafa americana se juega de tú a tú con su competidor es el de guión original. En esta categoría, Her parte con ventaja por el respaldo previo, y también suena como el galardón compensatorio para una película que cuenta con seis nominaciones y ha gustado mucho a la crítica (no hay que olvidar que fue declarada la mejor película de 2013 por la National Board of Review y Los Ángeles, en este caso, exaequo con Gravity), dos importantes grupos de especialistas. Además, el libreto escrito por el también realizador de la cinta, Spike Jonze, aporta la suficiente cuota de originalidad, ocurrencia y diferenciación con los otros nominados como para valer un premio por sí solo.

Haciendo balance final, la cosecha de estatuillas para 12 años de esclavitud (que es finalista en nueve apartados) oscila entre cuatro o cinco (película, guión adaptado, vestuario, algún premio de interpretación y el más complicado de dirección), mientras que Gravity parece que se alzará como la cinta más premiada de la noche gracias a las categorías técnicas (a su alcance los Oscar al mejor montaje, fotografía, sonido, montaje de sonido y efectos especiales) que, si sumamos al de Cuarón, podrían dejar al filme como la Salvar al soldado Ryan de esta campaña.

En la categoría de mejor película de animación, las espadas las empuñan Frozen: El reino de hielo (con la que Disney renace de su letargo artístico) y Se levanta el viento (The wind rises), el testamento fílmico del japonés Hayao Miyazaki, que supuestamente cuelga los guantes y puede repetir triunfo tras El viaje de Chihiro en 2002. Por su parte, la categoría de mejor filme extranjero se debate entre el cine de autor que cosecha alabanzas y galardones de la italiana La gran belleza (Globo de Oro y cuatro premios de la Academia de Cine Europeo) frente a propuestas más viscerales como las planteadas por la danesa La caza (que atesora el premio de interpretación del Festival de Cannes para Mads Mikkelsen) y la belga Alabama Monroe.

No va más. Ha sido un año de proyectos interesantes y, en su mayoría, por encima de la media de lo que suelen reunir los Oscar últimamente (lo mismo que en 2012). Ojalá que, con independencia del veredicto de los votos, disfrutemos de una gala que se adivina muy cinéfila y nostálgica. El dictado de las papeletas se lo dejamos al Dios del cine (al que mentó Ang Lee el año pasado al recoger su galardón). Nuestro poder e influencia en el resultado final no sobrepasa el de unas líneas pululando en el inmenso espacio cibernético.